En el sendero espiritual, cada uno de nosotros lleva consigo una luz interior desde el momento en que llegamos a este mundo. Esta luz, que resplandece en nuestro pecho desde la infancia, evoluciona a medida que nos desarrollamos espiritualmente, convirtiéndose en una guía en nuestro viaje por la vida.
Desde temprana edad, comenzamos a experimentar las primeras conexiones con planos y seres más allá de nuestra comprensión terrenal. Estas experiencias marcan el inicio de un camino espiritual, en el cual el individuo se convierte en un intermediario entre el mundo físico y el espiritual. Con el tiempo, el médium o espiritista llega a confiar plenamente en sus percepciones, confiando en lo que ve, escucha y siente sin dudar.
Cada uno tiene su propia historia en este viaje espiritual. Recuerdo los días de mi infancia, cuando encender una vela y elevar una oración era parte de mi rutina diaria. Sin embargo, llegó un momento en el que esa conexión se vio interrumpida por la rutina y el silencio.
El cambio llegó de forma repentina, cuando la necesidad de comunicarme con lo divino se hizo imperiosa. La vela se encendió sin previo aviso, el incienso llenó el aire y la música llenó la habitación. En ese momento, me di cuenta de que estaba orando con el alma en lugar de la mente. Comprendí que la verdadera conexión espiritual se encuentra en el corazón, no en las palabras o los gestos.
Somos más que simples observadores en este mundo espiritual. Somos agentes de cambio, portadores de luz y amor. Somos el puente entre lo divino y lo terrenal, capaces de ofrecer consuelo y sanación a quienes lo necesitan. Oramos por aquellos que sufren, por aquellos que buscan respuestas y por aquellos que necesitan amor y comprensión.
En el Batuque, encontramos una forma de expresar nuestra conexión con lo divino a través de la música, la danza y la oración. Es un recordatorio de que la verdadera espiritualidad reside en nuestro corazón y que cada acto de devoción nos acerca un poco más a la luz infinita del universo.
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