Un día, Obatala decidió descender a la Tierra para caminar entre los mortales y guiarlos con su sabiduría. Se mezcló con la humanidad, llevando consigo la paz y la justicia. Sin embargo, en su viaje, encontró una aldea plagada por la discordia y el caos.
Con compasión en su corazón, Obatala decidió tomar medidas para restaurar la armonía. Invocó a los vientos y la lluvia para purificar el ambiente, limpiando la tierra de impurezas. Luego, con arcilla blanca de la montaña, moldeó figuras humanas, insuflando vida en ellas para crear nuevos seres.
Estos seres de arcilla, conocidos como los "hijos de Obatala", se convirtieron en los guardianes de la paz y la justicia en la aldea. Bajo la guía del Orisha supremo, enseñaron a la comunidad el arte de la reconciliación y la tolerancia.
Obatala, satisfecho con la transformación, regresó a lo alto de las montañas. Sin embargo, dejó un recordatorio en forma de estatua de arcilla en el centro de la aldea, recordando a la gente la importancia de la pureza y la sabiduría.
Desde entonces, Obatala se convirtió en un faro de luz para aquellos que buscaban paz interior y equilibrio. Su historia resonó en la Tierra, recordándonos que, incluso en medio del caos, la sabiduría y la pureza pueden restaurar la armonía perdida.
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